domingo, 9 de agosto de 2015

LEYENDA DE LA TRAGANTÍA

         En la localidad de Cazorla, en Jaén, hay un antiguo castillo de Cazorla un mirador en el que, en la época de la reconquista, se podía ver todo el valle y su río lleno de molinos. Cuando los cristianos se acercaban para reclamar la ciudad, su rey, tuvo que ver como sus gentes abandonaban la ciudad cargados con lo prescindible, resignados y sin saber que sería de ellos, pero si los cristianos los capturaban, sería peor. Dos años antes, cuando los cristianos llegaron a Quesada, devastaron la ciudad, la saquearon, destruyeron las tierras de cultivo, envenenaron los pozos y se llevaron a los ciudadanos que capturaron.
 
         El rey de Cazorla, para evitar el menor daño posible a su gente permitió el éxodo de sus súbditos hacia tierras más seguras de las que podrían regresar cuando el peligro hubiese pasado, también guardó su trigo y a sus caballos. Los soldados y sus monturas se impacientaban en el patio esperando a su rey, tenían miedo que los cristianos los capturaran por el camino, pero lo que no sabían, es que su señor tenía un plan para salvar a su amada hija, aunque era un plan bastante arriesgado para ella, pero el pobre hombre estaba desesperado por evitar que le sucediera algo, así que decidió encerrarla en unas grutas que habían debajo del castillo, las cuales él era el único en saber su existencia, hasta que el peligro pasara, entonces volvería a por ella. El rey pensó que esto solo duraría unos días, y le dejo los víveres y utensilios necesarios para sobrevivir hasta su regreso.
 
          El rey y sus soldados salieron de la ciudad a toda velocidad, mientras cruzaban la ciudad no se oía ningún sonido, no se veía a nadie, su amada ciudad se había convertido en una ciudad fantasma. De pronto, un zumbido y un golpe seco, el rey había sido alcanzado por una lanza que lo derribó del caballo, empezaron a rodearlos unos ballesteros. El rey, en el suelo, intentaba desesperadamente decirles algo, pero no podía, ya que la lanza, le había atravesado el cuello, impidiéndole hablar. El rey se quedó mirando el amanecer, era el día de San Juan, y eso fue lo último que vio.
 
         Los cristianos tomaron la ciudad sin encontrar ninguna resistencia y decidieron establecerse allí. Vinieron colonos de todos los lugares, los cuales le devolvieron la vida a la ciudad.
      
           Mientras tanto, en las profundidades del castillo, en las galerías, permanecía oculta la hija del rey, ajena a todo lo que había pasado. Ella seguía esperando el regreso de su padre, pero según iban pasando los días los alimentos se iban acabando, se quedó sin luz y muerta de frío, sólo tenía unas pocas mantas para protegerse. Empezó a tener pesadillas, sufría de fiebres, las piernas le dolían, y su piel estaba adquiriendo un tacto viscoso y, día tras día, sin saber porque, su cuerpo iban cambiando forma, hasta que sus miembros inferiores se transformaron en una especie de cola de serpiente. La princesa siguió en la cueva, resignada a su existencia de soledad, reptando por las galerías.
La Tragantía
            Desde entonces, en la noche de San Juan, si alguien se acerca a las galerías puede escuchar la dulce voz de Trangantía cantando:




Yo soy la Tragantía

hija del rey moro,
el que me oiga cantar
no verá la luz del día
ni la noche de San Juan.

 
           La leyenda dice que si un niño escucha esta canción, el monstruo lo devora. Por eso la gente menuda procura irse a la cama y estar dormida muy temprano.
 
          En una torre del castillo de Cazorla hay una pesada losa con una argolla de hierro que nadie se ha atrevido a levantar. Se dice que es la entrada, seguida de larguísima escalera angosta, que lleva al subterráneo donde el rey de Cazorla ocultó a su hija. A un postigo del mismo alcázar le llaman de la Tragantía y a una solitaria cueva que está en el camino, de Montesino.
Fuentes: Cultura Andalucía