En la mitología griega, el Tártaro es tanto una deidad como un lugar del Inframundo, más profundo incluso que el Hades.
En su Teogonía, Hesíodo cuenta que Tártaro era una de las deidades primordiales, junto con Caos, Gea y Eros, y padre de Tifón con Gea.
En la Ilíada, Zeus dice que el Tártaro está «tan por debajo del Hades
como la tierra lo está del cielo». Al ser un lugar tan alejado del sol y
tan profundo en la tierra, está rodeado por tres capas de noche, que
rodean un muro de bronce que a su vez abarca el Tártaro. Es un pozo
húmedo, frío y desgraciado hundido en la tenebrosa oscuridad. Es uno de
los objetos primordiales, junto con el Caos, Gea y Eros, que surgieron en el universo.
Mientras que, el Hades es el hogar de los
muertos, el Tártaro tiene además una serie de habitantes. Cuando Cronos, tomó el poder encerró a los Cíclopes en el Tártaro. Zeus los liberó para que le ayudasen en su lucha con los Titanes. Los dioses del Olimpo
terminaron derrotándolos y arrojaron al Tártaro a muchos de ellos
(Atlas, Crono, Epimeteo, Metis, Menecio y Prometeo son algunos de los
que no fueron encerrados). En el Tártaro los prisioneros eran guardados
por gigantes, cada uno con 50 enormes cabezas y 100 fuertes brazos,
llamados Hecatónquiros. Más tarde, cuando Zeus venció al monstruo Tifón, hijo de Tártaro y Gea, también lo arrojó al mismo pozo.
Más tarde, el Tártaro se convirtió en el lugar donde el castigo se adecúa al crimen. Por ejemplo Sísifo,
que era un ladrón y un asesino, fue condenado a empujar eternamente una
roca cuesta arriba sólo para verla caer por su propio peso. También
allí se encontraba Ixión,
el primer humano que derramó sangre de un pariente. Hizo que su suegro
cayese a un pozo lleno de carbones en llamas para evitar pagarle los
regalos de boda. Su justo castigo fue pasar la eternidad girando en una rueda en llamas. Tántalo, que disfrutaba de la confianza de los dioses conversando y cenando con ellos, compartió la comida
y los secretos de los dioses con sus amigos. Su fue
sumergido hasta el cuello en agua fría, que desaparecía cada vez que
intentaba saciar su sed, con suculentas uvas sobre él que subían fuera
de su alcance cuando intentaba agarrarlas.
Radamantis, Éaco y Minos eran los jueces de los muertos y decidían quiénes iban al Tártaro. Radamantis juzgaba las almas asiáticas, Éaco las europeas y Minos tenía el voto decisivo y juzgaba a los griegos.
En la mitología romana, el Tártaro es el lugar a donde se enviaba a los pecadores. Virgilio lo describe en la Eneida como un lugar gigantesco, rodeado por el flamígero río Flegetonte y triples murallas para evitar que los pecadores escapen de él. Está guardado por una hidra
con cincuenta enormes fauces negras, que se sentaba en una puerta protegida por columnas de diamante. Dentro, hay un castillo
con anchas murallas y un alto torreón de hierro. Tisífone, la Furia
que representaba la venganza, hace guardia en lo alto de este
torreón, azotando un látigo. Dentro hay un pozo del que se dice que
profundiza en la tierra el doble de la distancia que hay entre la tierra
de los vivos y el Olimpo. En el fondo de este pozo están los Titanes, los Alóadas y otros muchos pecadores. Dentro del Tártaro hay muchos más pecadores, castigados de forma parecida a los de los mitos griegos.
Fuente: Wikipedia