miércoles, 25 de enero de 2017

MELKART

     Melkart fue una divinidad fenicia de la ciudad de Tiro (en la que murió abrasado), a la que estuvo consagrado en un principio el templo de Heracles en la antigua ciudad de Cádiz. Su culto, centrado en el fuego sagrado de las ciudades, se extendió por todas las colonias de Tiro.

     Era la forma fenicia del dios Baal. Originariamente era un dios agrícola, del campo, la vegetación, la fecundidad y la primavera, por lo que su ritual comprendía una serie de ritos de muerte y resurrección, coincidentes con las estaciones del año. También era una deidad marina. Pasó luego a ser considerado «rey de la ciudad», y como patrono de la ciudad de Tiro se transformó también en dios de la colonización y de la protección de la navegación.

     Los tirios lo consideraban el guía de sus viajes marítimos y exploraciones, de modo que le consagraron el templo fundado al mismo tiempo que la ciudad de Cádiz en el otro extremo de la isla mayor, donde hoy se encuentra el islote de Sancti Petri y en el que, según la leyenda, Aníbal hizo el juramento de odio eterno a los romanos antes de marchar hacia Sagunto e iniciar la segunda guerra púnica. Aunque también se decía que lo hizo siendo un niño en Cartago. Fue conocido en la antigüedad como el santuario de Heracles o Heracleión. Los almorávides lo destruyeron en el año 1146, buscando el tesoro, encima del cual construyeron el Castillo de Sancti Petri.

     El lugar en donde fue situado el templo inicial en Cádiz, cerca del estrecho de Gibraltar, fomentó la leyenda de la separación de las Columnas de Hércules, en principio llamadas Columnas de Melkart por los fenicios, más tarde Columnas de Heracles por los griegos hasta el actual nombre romano.

     Se lo representa a menudo cabalgando en un hipocampo. En la época tardía de la civilización fenicia, también se lo consideraba el dios del Sol que se encontraba en unión con Baal y Moloch, las fuerzas malignas y benignas del cielo, respectivamente. Alejaba la hostilidad entre ambos y, por tanto, reducía el efecto del fulgor solar y de los fríos invernales. Las mujeres tenían prohibido el acceso a los santuarios, sacrificaban cerdos, no había imágenes y había un fuego perenne.

     Cada día seguía a la esquiva Astarté hasta que se desposaron, matrimonio que trajo la perdición de la diosa y la transformó en la dulce Ashera.

      Los griegos lo llamaban Melicertes y lo comparaban con Heracles, por los atributos guerreros que lo caracterizaban.