Mari, personificación de la madre tierra, es reina de la
naturaleza y de todos los elementos que la componen. Tiene el
dominio de las fuerzas del clima y del interior de la tierra. Entre sus
misiones está el castigar la mentira, el robo y el orgullo. De ella
vienen los bienes de la tierra y el agua de los manantiales. Generalmente se
presenta con cuerpo y rostro de mujer, elegantemente vestida, pudiendo aparecer también en forma híbrida de
árbol y de mujer con patas de cabra y garras de ave rapaz, o como una
mujer de fuego, un arco iris inflamado o un caballo que arrastra las nubes. Cuando Mari se acerca, se anuncia con una
tormenta. En su forma de mujer aparece con abundante cabellera rubia que peina, al sol, con un peine de oro.
Su consorte es Maju o Sugaar, sus asistentes las sorginas, y tiene dos hijos: Mikelats, el hijo perverso y Atarrabi (o Atagorri,
el hijo bondadoso), que están siempre enfrentados, una representación
paleocristiana del bien y del mal.
Habita en cuevas en diferentes montes, aunque su morada principal se
sitúa en la cueva ubicada en la impresionante pared vertical este del
Amboto, justo bajo la cumbre, en el Parque Natural de Urkiola. En varios relatos se menciona que Mari vive en
Anboto siete años y se traslada por el cielo al monte Txindoki para
vivir otros siete, alternando así su residencia. En estas cuevas recibe a sus fieles, los
cuales deben guardar un estricto protocolo:
- Se le debe tutear (hablándole en hika).
- Hay que salir de la cueva de la misma forma que se entró.
- No hay que sentarse nunca, incluso recibiendo la invitación de hacerlo, mientras se habla con ella.
Con los hombres se comporta de forma tiránica, o todo lo contrario,
los llega a enamorar mostrándose como una mujer dócil y trabajadora,
pero siempre con fin de impartir justicia por medio de la regla del no:
si mientes, negando que posees algo que sí es tuyo, Mari te lo
quita.
Aunque todas estas leyendas en que se basa la tradición de Mari son posteriores al cristianismo, Mari se asemeja más a Gea,
ya que vive en las cuevas, y a todas las diosas de la fertilidad y del
amor, por el mismo motivo, y porque proporciona frutos y regalos.
También se la conoce con los nombres de Anbotoko Dama (la dama de Anboto), Aralarko Dama (la dama
de Aralar), Muruko Damea (la dama de Muru), Aketegiko Sorgina (la bruja
de Aketegi), Bideko Emazte Xuria (la dama blanca del camino), Arpeko
Saindua (la santa de la cueva) …
Aparece en diferentes formas, según las zonas. En Durango, sosteniendo en sus manos un precioso palacio de
oro, en Amezketa se la ha visto surcando los cielos en un carruaje de
oro tirado por cuatro caballos, en Oñate sobre un carnero, etc. Pero en
otras leyendas toma forma de animal, de ráfaga de viento, de hoz
ardiendo, de nube o arco iris. También aparece a la entrada de su cueva
con un carnero al lado, su animal predilecto.
En la población de Amazketa (Guipúzcua), cuenta la leyenda que una mañana, una joven de Amezketa llamada Kattalin fue al monte con el rebaño de ovejas. Al final del día recogió las ovejas, pero se percató de que faltaba una, y fue a buscarla. Siempre le habían dicho que cuando Mari estaba en el Txindoki no se acercase por su morada, pero debía encontrar la oveja y subió por la ladera. Al rato, encontró a la oveja en la entrada de una cueva, y junto a ella una elegante y bella mujer. Era Mari, que le preguntó quién era y de qué familia. Kattalin le contó que no tenía familia y que las ovejas eran de un señor del pueblo. Entonces Mari le propuso que se quedase a vivir con ella, y si permanecía por siete años junto a ella para ayudarla, la haría rica.
Así fue que Kattalin se quedó ayudando a Mari y ésta le enseñó a hilar, a hacer pan, las cualidades mágicas de las platas, el idioma de los animales, y otras muchas habilidades. Pero pasó rápido el tiempo y después de siete años, cuando llegó el día, Mari le dijo:
-Kattalin, has cumplido tu palabra, me has ayudado honradamente y has sido obediente. Yo tengo que partir y como te prometí que te haría rica, toma!
Mari le regaló un gran trozo de carbón. La joven quedó decepcionada, pero no se atrevió a decir nada. Al salir de la cueva el carbón empezó a brillar y se convirtió en oro. Kattalin, radiante de felicidad, bajó al pueblo, compró casa y rebaño y pudo vivir feliz sin tener que estar bajo las órdenes de nadie.
En la población de Amazketa (Guipúzcua), cuenta la leyenda que una mañana, una joven de Amezketa llamada Kattalin fue al monte con el rebaño de ovejas. Al final del día recogió las ovejas, pero se percató de que faltaba una, y fue a buscarla. Siempre le habían dicho que cuando Mari estaba en el Txindoki no se acercase por su morada, pero debía encontrar la oveja y subió por la ladera. Al rato, encontró a la oveja en la entrada de una cueva, y junto a ella una elegante y bella mujer. Era Mari, que le preguntó quién era y de qué familia. Kattalin le contó que no tenía familia y que las ovejas eran de un señor del pueblo. Entonces Mari le propuso que se quedase a vivir con ella, y si permanecía por siete años junto a ella para ayudarla, la haría rica.
Así fue que Kattalin se quedó ayudando a Mari y ésta le enseñó a hilar, a hacer pan, las cualidades mágicas de las platas, el idioma de los animales, y otras muchas habilidades. Pero pasó rápido el tiempo y después de siete años, cuando llegó el día, Mari le dijo:
-Kattalin, has cumplido tu palabra, me has ayudado honradamente y has sido obediente. Yo tengo que partir y como te prometí que te haría rica, toma!
Mari le regaló un gran trozo de carbón. La joven quedó decepcionada, pero no se atrevió a decir nada. Al salir de la cueva el carbón empezó a brillar y se convirtió en oro. Kattalin, radiante de felicidad, bajó al pueblo, compró casa y rebaño y pudo vivir feliz sin tener que estar bajo las órdenes de nadie.
Antigua representación de la Diosa Mari |
Fuentes: Wikipedia, Amaroa, Mitología Vasconia