Ío y Júpiter, de Andrea Schiavone |
En la mitología griega, Io o Ío, es una doncella de Argos, sacerdotisa de la diosa Hera e hija de Ínaco y Melia, que fue una de las amantes de Zeus. Otras versiones la hacen hija de Yaso, rey de la ciudad o de Pirén.
Zeus se le presentaba en sueños incitando a Io a que le entregara su cuerpo en el lago de Lerna. Cuando la joven le contó esto a su padre, Ínaco fue a consultar al oráculo, que le aconsejó que la expulsara de su casa o Zeus aniquilaría con su rayo a toda su estirpe. Ínaco obedeció y fingió no saber nada de su hija, pero al poco tiempo se arrepintió y envió a Cirno para que la buscase. Éste llegó hasta el Quersoneso de Caria, y al no encontrarla se instaló allí por miedo a regresar sin cumplir su misión, fundó una ciudad y se convirtió en rey de parte del territorio. Lo mismo ocurrió con Lirco, enviado también por Ínaco y que terminó habitando en Caria y casándose con la hija del rey Cauno.
Mientras tanto, Io se había entregado a Zeus, pero fueron sorprendidos por Hera. El dios, para salvar a la joven, la convirtió en una ternera blanca. Hera exigió a su esposo que se la entregase y ordenó al gigante de cien ojos Argos Panoptes que la vigilara.
Pero Zeus encargó a Hermes que rescatase a su amada. Lo guió transformado en pájaro hasta el árbol donde Argos la tenía atada y Hermes durmió al guardián con su flauta, matándolo con una piedra afilada cuando se cerraron todos sus ojos. En recompensa por sus servicios Hera puso los ojos de su servidor en la cola del pavo real, su pájaro favorito, y clamó venganza. Ató a los cuernos de la ternera un tábano que le picaba sin cesar y que la obligó a huir corriendo por el mundo sin rumbo fijo. Así atormentada atravesó el mar Jónico, que recibió de ella su nombre, recorrió Iliria, Tracia y el Cáucaso, donde encontró a Prometeo encadenado y prosiguió por África, topándose con las Grayas y las gorgonas. En su huida cruzó el estrecho de Bósforo, al que dio nombre.
Terminó en Egipto, donde encontró descanso y fue devuelta a la condición de mujer por las caricias de Zeus. De ambos nació Épafo, a orillas del Nilo. Entonces Hera ordenó a los curetes que le trajeran al recién nacido. Habiéndolo conseguido, fueron castigados por Zeus, que los aniquiló por cumplir las crueles órdenes de su esposa. Entonces comenzó la segunda peregrinación de Io, esta vez en busca de su hijo. Lo encontró por fin en Siria, donde lo amamantaba Astarté o Saosis, la esposa del rey Malcandro de Biblos.
Ya con su hijo en brazos, regresó a Egipto, donde se casó con Telégono, que gobernaba entonces esa región. Por esto Épafo llegó a heredar la corona del país del Nilo, siendo, según el mito, el fundador de la ciudad de Menfis y el ancestro común de los libios, los etíopes, y de gran parte de los reinos griegos.
También Io era la ascendiente de la estirpe de los bizantinos, a través de Ceróesa, la hija que tuvo de Zeus en el lugar donde posteriormente se levantaría esta ciudad.
Io construyó una estatua de la diosa Deméter, que en Egipto era llamada Isis. Con el tiempo ella misma recibió ese nombre, y terminó siendo deificada por su amante Zeus. Se le atribuía un gran conocimiento de las hierbas medicinales, incluida la de la inmortalidad.
Según relata Heródoto en su obra Historias, los persas sostenían la tradición de que Io había sido raptada al subir a un barco mercante fenicio cuando, junto a otras mujeres, compraba mercancías. Los griegos, para vengar el rapto de Io, raptaron a su vez a la princesa Europa, hija del rey de Tiro, y después a Medea, hija del rey de la Cólquide. El último rapto fue el de Helena de Esparta, detonante de la guerra de Troya. Estos raptos míticos eran considerados causa de la enemistad entre griegos y persas.
En la mitología maurí, Ío, fue el dios que creó el universo.
Fuente: Wikipedia, http://fundacionio.org/