En la mitología vasca, Atarrabi, era hijo de la diosa Mari, y tenia un hermano, Mikelats, de los dos hermanos, Atarrabi era el hermano bueno.
Según
una leyenda, un día, los dos hermanos sen encontraron en una cueva a el diablo. El diablo les dijo que podia enseñarles muchas cosas, pero,
a cambio, uno de ellos debería de quedarse con él
para siempre. Lo echaron a suertes y le tocó al hermano de Atarrabi. Al
ver a su hermano pequeño tan triste y acongojado, Atarrabi se ofreció en su
lugar, y el diablo aceptó el cambio. Pero todo fue un truco de su hermano para librarse.
El diablo preguntaba continuamente:
—¿Dónde
estás, Atarrabi?
Y
Atarrabi tenía que contestar:
—¡Aquí
estoy!
Atarrabi
decidió escapar de allí, se encaminó hacia la salida de la
cueva. El diablo
lo vio en el instante en que ponía un pie fuera de la caverna y se lanzó sobre
él para impedir que saliera, pero, Atarrabi consiguió escapar. Su sombra, sin embargo, estaba todavía dentro, y
el diablo la atrapó.
Pasaron
los años, y Atarrabi se hizo cura. Seguía sin tener sombra, y ésta solamente
aparecía en el momento de la consagración durante la misa. Siendo ya muy viejo
y pensando en que, un día u otro, tendría que morir, Atarrabi le dijo al
sacristán:
—Tú
sabes bien que sólo tengo sombra en el momento de la consagración, y es necesario
que yo muera en ese preciso instante. Mañana, durante la misa, en cuanto
veas mi sombra junto a mí, me matas.
El
sacristán prometió que así lo haría, pero, llegado el momento, no tuvo ánimos.
—Mira,
no tiene por qué darte pena, pues si no me matas cuando
tenga sombra, moriré en cualquier otro momento y no podré salvarme porque
estaré en poder del diablo para toda la eternidad.
Al día
siguiente el sacristán volvió a intentarlo pero, de nuevo, le asaltaron las dudas.
—Has de
prometerme —le dijo Atarrabi— que mañana me
matarás. Luego dejarás mi cuerpo encima de una roca; si son cuervos los que se
lo llevan, me habré condenado; si, son palomas, me habré
salvado.
Lo volvieron a intentar y, en el momento en que
apareció la sombra, golpeó la cabeza de Atarrabi y lo
mató en el acto. Puso luego el cadáver encima de una roca y vio que llegaba una
bandada de palomas y se llevaba el cuerpo. Así, Atarrabi había escapado, por fin, de las
garras del diablo.