El Castillo de Pedraza encierra una misteriosa historia de amor y venganza. Se cuenta que Elvira y Roberto, dos enamorados de la zona, fueron asesinados por los celos del señor del castillo, que estaba enamorado de Elvira.
El Señor de Pedraza, Don Sancho de
Ridaura se había casado con la hermosa Elvira, pero después de las nupcias, Don Sancho tuvo que partir a la guerra. Cuando regresó a su castillo después de la victoria contra los moros
en la batalla de las Navas de Tolosa, fue a abrazar a su esposa, pero el recibimiento no fue lo que esperaba. Elvira estaba distante, fría, algo había ocurrido en su ausencia.
Don Sancho llamó entonces a uno de sus
más antiguos y fieles criados y le preguntó si había ocurrido algo en el
castillo durante su ausencia. El criado le contó entonces que había
notado desde hacía tiempo una estrecha relación entre doña Elvira y su
confesor, llamado Roberto, y que, incluso, había le sorprendido alguna noche entrar en sus
aposentos cuando todo el castillo dormía. Al ser su hombre de confianza, el señor le creyó y encima, nunca le había gustado ese fraile.
Tras la muerte del antiguo capellán del castillo don
Sancho acudió al monasterio cercano para solicitar al abad un nuevo
capellán que sustituyera al fallecido. El fraile Roberto fue enviado por el abad del monasterio. Don Sancho descubrió que, Roberto, antes de ser fraile, fue el prometido de Doña Elvira, pero ese compromiso se trunco al reclamarla él como su esposa. El destino era caprichoso y cruel.
A don Sancho ya no tenía duda alguna que
su esposa le había engañado con aquel fraile. Al día siguiente, por la noche se celebraría una gran cena a
la que estaban invitados todos los nobles del reino. Llegada esta, Don Sancho, sentó a cada lado, al capellán y a doña Elvira. Al final de
la cena, anunció que iba a
otorgar un merecido premio a aquel que había prestado un importante
servicio al castillo durante su ausencia. Y mientras miraba fijamente al
capellán dijo con voz solemne dirigiéndose a él: “Una corona
bendita y consagrada lleva sobre la cabeza como insignia de honradez,
virtud y santidad. Yo le pondré otra que si no tan divina será al menos
tan duradera”. Y haciendo una señal, se acercaron dos vasallos con en una bandeja de plata una
corona de hierro, cuya parte inferior estaba formada por afiladas puntas
enrojecidas al fuego. Don Sancho, poniéndose unos guantes de acero,
tomó la corona y la colocó con fuerza sobre la cabeza del fraile
mientras le decía: “En recompensa por tus servicios”.
Después se dirigió hacia su esposa, pero
ésta había desaparecido. Salió en su busca y la encontró en sus
aposentos, sobre la cama y con el corazón traspasado por una daga. De
repente, el castillo se ve envuelto en llamas lo que hace que todos los
invitados huyan aterrorizados en todas direcciones. Solo se encontraron los
cadáveres calcinados de los dos amantes. De don Sancho nunca nada más se
supo. Algunos aseguraron que le vieron caminar errante con la mirada
perdida y sin rumbo fino.
Hoy, el castillo de Pedraza es un museo en homenaje al afamado pintor Ignacio Zuloaga, ajeno a todos aquellos acontecimientos. Se cuenta que, en ciertas noche de luna llena, alrededor del castillo dos
extrañas figuras brillan coronadas por una orla de fuego y pasean por
las almenas, eternamente juntas.